Números olvidados habían caído al suelo desde los dedos infantiles al contar, cuando sumar se hace absurdo y restar imposible. Tizas con vocación de nieve para el suelo y polvo entre las uñas, meditaban sobre partículas subatómicas.
Allí, en el cuarto de los niños, azul era la ley, por eso el azul desdibujaba los perfiles de las cosas rivalizando con los sueños que, a la inversa, iban revelando, poco a poco, su realidad incuestionable. Las certezas paralelas se sonreían, porque allí, repito, el azul era la ley.
Entre la azulada bruma los juguetes eran manchas. Muñecas cabizbajas, cabizaltas, cabizvueltas, eran máscaras desesperadamente sonrientes. Una ventana abierta contemplaba con mirada única cada objeto y la sombra difuminada que confirmaba su frágil existencia. Era una mirada firme, rectangular, pero asombrosamente esférica, que invitaba a perderse en su pupila, como en un cuadro inacabado hacia lo infinito… porque todos los seres y las cosas tienen un lugar, desde donde mirar y ser mirados.
Un rumor extraño vino a conmocionar aquel pacto de sueños y de objetos.
Comenzó a sonar, una vieja canción infantil, reduciendo a polvo violeta, el previamente resquebrajado, silencio anterior. El mono de los platillos, el balón, y todos los personajes de los cuentos de los pequeños, contuvieron la respiración al unísono. Unos segundos más tarde, comprobando la absoluta normalidad del hecho, todo volvió a su habitual ritmo respiratorio.
Todo allí convivía armoniosamente. Algo surgía, algo se extinguía. Día azul, sueño azul… silencio azul.
Pero ¿Quién contemplaba todo aquel enjambre de cosas?
Yo. ¿Quién era yo? ¿Dónde estaba yo? ¿Cómo era Yo?
Sentí, dentro de mí un estremecimiento y fui impulsado desde el centro de mí, como una flor deshojada brutalmente, por su propio impulso incontrolado.
Me sentí por el aire.
Estoy en un panzudo cuerpo de madera pintado de colores y continúo observando idéntico panorama azul.
Me observo; no tengo brazos ni pies, una superficie plana me ha sido impuesta, pero no es fácil vivir en este azul, contundente por su sutileza. Soy redonda, como para no agredir al medio, o para acariciar incondicionalmente esa ensoñación que me rodea.
La pupila de la ventana me sonríe, con el cálido lenguaje de lo que se calla.
El coro de los niños había desaparecido, y con él las voces de los niños- fantasma.
Una cuna con su dormida muñeca, atrae mi atención, desde la cabecita de rizos pintados surge una forma, la muñeca sueña con una niña rubia.
Puedo verla ya, tomando forma, sobre el gris mortecino del asfalto de la calle. Cómo llegara hasta su destinada muñeca, es otra historia.
Cómo la muñeca de los rizos pintados, consiguió su niña.
La niña circundada del gris asfalto, caminaba distraída… iba pensando en las recomendaciones de su madre… ”Mira antes de cruzar”, “no pierdas el dinero”… con las manos en los bolsillos de su pantalón de pana, no advirtió que algo increíble estaba ocurriendo.
Desde una de las ventanas del segundo piso de un edificio por el que estaba a punto de pasar, iba deslizándose una especie de vapor azulado que inesperadamente, tomó ante sus botas de cuero, la forma de una escala….
Como si hubiera visto ropa tendida al sol, o unas macetas con geranios, no se sorprendió. ¡Una escala azul, que bonito color!… y se quedó pensando que, como entre las recomendaciones habituales de su madre, no estaba la de no subir escalas azules, no iba a quedarse con las ganas de ir a echar un vistazo a ese lugar, al que algo parecía invitarle a subir.
Con toda naturalidad, se dejó llevar suavemente, ascendiendo a lo desconocido.
Cuando sus botas de cuero se posaron en el suelo, su mirada descubrió aquel lugar donde el azul era la ley…. poco a poco; y progresivamente, mientras sus pupilas se dilataban, el iris de sus ojos castaños iba reflejando el azul, hasta que fue absorbida por ese color.
Algo, entre aquel universo de juguetes, llamó su atención poderosamente, y sin dudarlo, (las niñas que suben escalas azules no saben hacerlo) se dirigió donde sus pasos le llevaban.
La cuna de madera, se mecía a babor y a estribor, en el azul, sin olas, navío para una sola pasajera. La muñeca de rizos pintados, con su vestidito rosa, ahora violeta por el color azul dominante, le sonreía, detrás de su sonrisa de muñeca bien educada.
La niña sin nombre, porque no lo necesita, tomó en sus brazos a la muñeca que tanto le había soñado, y se fundieron en un abrazo.
En mi redondo cuerpecito de peonza me emocione tanto que me puse a bailar como solía hacerlo cuando una desbordante alegría se apoderaba de mí…. pero eso no lo saben los que se empeñan en ponerme empecinadamente en marcha con un cordón. Y lo malo es, que esta manía se trasmite de generación en generación.
Bueno, la felicidad es contagiosa en un ambiente azul. Todo el cuarto de los niños se puso en marcha. El mono de los platillos fue el primero, luego le siguió el tren eléctrico, los coches, los perritos de peluche…. pelotas, globos y hasta pompas de jabón bailaban hacia el techo azul cielo.
Azul. El azul es un color con música…. esto lo pudo comprobar, una niña sin nombre porque no lo necesitaba, cuando abrió sus ojos al escuchar las campanillas azules de su ventana, inmóviles sin el viento. Unas flores sonoras por el azul de sus vestiditos primaverales, recién estrenados.
Pero, ¿qué hacía yo, la peonza, en el azul cuarto de los niños, donde una niña soñó que su muñeca le soñaba?
Tal vez, todo estaba en el sueño de una peonza, yo, que sabía bailar sola aunque se empeñaran en ponerle un cordón, generación tras generación.