Nadie comprende el dolor que produce ser bisagra y saberlo, la ruptura es brutal al principio, la sensación de abismo presentido atenaza.
Mi cuerpo debería ser rígido, cualquiera supondría eso, pero no. No puede ser rígida una doble mirada, y así me vivo. No soy paralela, sino simultánea: eso es complicado, sobre todo a la hora de comunicarse.
Comunicación, extraña palabra para, inevitablemente sentirse excluida, porque no hay otro delante, ni detrás.Una bisagra tarda mucho tiempo en darse cuenta de su situación; cuesta mucho integrar planos contrapuestos y conservar la incoherencia, si, he dicho incoherencia, algo básico para estructurar una personalidad difusa en apariencia…
Las bisagras deben aguantar algún que otro gesto de impaciencia o burla si es que tienen la fortuna de encontrarse con alguien ahí afuera, pero no suele haber nadie, sólo ideas ambulantes, previsibles, y mucha diversión concienzudamente vivida como un ritual, trascendentalmente evasivo, ante pantallas de todos los tamaños. Pero el problema moral que se le presenta a toda bisagra es el ser consciente de su opuesto, que no lo es tanto, y le otorga una especial autocompasión ante lo inevitable.
El problema se agrava si se goza o padece una gran sensibilidad e imaginación como es mi caso. Expresarse, es urgente pero harto difícil, en un mundo donde no se mira, sino sólo se visualiza.
Hablar sola suele funcionar, es cómodo, barato, y de aquí surge la inestimable ventaja de oír lo que uno se dice a sí mismo. Es increíble el alivio que se siente al poder escucharse sin y con prejuicios, dualidad convertida en privilegio consustancial a una bisagra que se precie. Por eso, aceptando mis singularidades, estoy consiguiendo ser feliz.